Me alegro por los que sienten adolescentes o maduros cosquilleos en la guata por este día, pero también respeto a los que patean la perra porque más que el amor hoy se celebra una vez más al comercio o bien porque cupido nunca le ha achuntado bien con sus flechas. A todos ellos les digo: dejar de odiar es la mano, les aseguro que amar es más fácil y hasta confuso a veces. Hitler amó su revolución pero sabemos que nunca renunció al odio, y esa acción es en definitiva la manera de darle paso al más genuino amor, nada más claro y luminoso se abre después de aquello. Porque el odio comparte energía y contiene al egoísmo, que no es otra cosa que una sobredosis de amor propio, sobredosis al fin, peligrosa como todas; pensemos nuevamente en Hitler, en el odio como antítesis ineludible del amor, y en el amor como un sentimiento incompleto (y sobre todo inútil) cuando en el mismo corazón acuñamos odio.

No digo que no prefiera celebrar el amor en este día, después de todo soy de un pésimo gusto en materia sentimental y puedo llorar hasta con una sopa de letras, pero ese amor es después de todo lo que deberíamos practicar a diario, como la gimnasia o lavarse los dientes, para que algo no se enferme en nosotros. Lo otro, abandonar los odios, sigue siendo la verdadera tarea. San Valentín o como se llame: bienvenido si trae paz, con o sin boleta, hoy y siempre.

Fotografía: Matías Recarte. Paseo Ahunada, fin de la Dictadura en Chile, 1988.
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