Cuando era cachorro se arrancaba
de la casa y volvía una y otra vez a la de su madre y hermanos. Luego, más
grande y apegado, seguía a Cristian a los carretes cuando bajábamos el cerro y había que devolverlo a peñascazos. Una vez de temporal furioso nos acompañó
en una sicodélica caminata al borde del mar y parecía disfrutar tanto el viento y el agua en la
cara como nosotros. Angustiante fue buscarlo sin éxito por varios cerros de
Valparaíso la vez de su desaparición, volvió a las tres semanas, rockeramente, en
día de lluvia y por la noche, se supo después que anduvo perdidamente
enamorado por ese tiempo, que hizo unos perritos varias casas más abajo. Y tragicómica fue la vez que le atropellaron y
Cristian nos contó de la odisea que vivió para lograr que lo atendieran cuando
en carretilla logró moverlo hasta la veterinaria. Era grande Cuervito, su
ladrido al llegar a la casa era imponente, pero una vez la confianza volvía a
ser el cachorro de siempre, cariñoso y siempre buscando el afecto, le gustaba participar
de las reuniones. La última vez que lo vi, ya viejo y mermado, tiritón y medio
ciego, seguía exactamente igual, todavía nos reconocía y quería estar, nos
ponía el hocico en la rodilla esperando la mano en su cabecita. Ese día nos
tomamos esta foto con él dentro. Se esforzaba por todo. Y así lo hizo hasta el último de sus días, recién ahí, como sabiendo, como soltando, a sólo horas del gran viaje, ya no pudo o no quiso levantarse.
Hoy, el viejo y gran cuervo ha partido, me
dice Cristian. Fue en sus brazos y con la luna llena de las 6 de la madrugada, como
tema para un disco de Ozzy. Me cuenta que por días estuvo merodeando el lugar
donde fue finalmente enterrado, lo olfateaba y se echaba ahí. Todo fue en la paz que se merecía.
Vivió más de lo que tenía que
vivir. Fue el último de su linaje y en 16 largos años las hizo todas, de eso no
hay ninguna duda. Por ello hay la pena justa y necesaria por su partida y lo
demás, la hermosa alegría del inolvidable recuerdo del gran y leal perro que fue, las gracias a uno más del grupo, un auténtico rockero, como debía ser. Adios amigo, hasta el reencuentro.