* “Cantante de los cantantes mi amiguito Hector Lavoe, 
desde su lecho de enfermo, una vez me preguntó, 
¿qué pasa con mis amigos, dónde están que ya no vienen? 
¿Será qué ya me olvidaron? ¿Será que ya no me quieren?Por eso,  lo que me vayan a dar, que me lo den en vida”.

De una canción de El Gran Combo de Puerto Rico.

Hector Lavoe, nacido Héctor Juan Pérez Martínez en 1946 en Ponce, Puerto Rico, dedicó gran parte de su vida a hacer feliz a la gente. Fue el más popular y querido cantante de Salsa durante los años 60, 70 y parte de los 80, apodado para siempre por músicos y público como “El cantante de los cantantes”, dicho de otra manera, el preferido por los mejores, en épocas donde brillaban Ismael Rivera, Cheo Feliciano, Santos Colon, Ismael Miranda, Ruben Blades, etc.

Al momento de su prematura muerte, a los 46 años, el público no lo podía creer. Cuando yo conocí su música, casi una década más tarde, tampoco, luego de conocer las circuntancias que la rodearon. El hombre que había dedicado gran parte de su vida a hacer feliz a la gente, moría solo y abandonado en la tristeza de un hospital de Nueva York, en 1993. Fue la última de las traiciones que conoció en vida.

Los buitres que durante décadas explotaron su voz y su popularidad ya lo habían secado todo, incluso lo hicieron presentarse a un show en silla de ruedas, con la cara paralizada y cuando ya ni siquiera podía sacar la voz. Al momento de su enfermedad y muerte no estuvieron sus amigos de carrera y de vida.

Antes o durante, la vida también lo traicionó muchas veces: su madre murió cuando él tenía 7 años, luego su hermano, más tarde se le quemó el departamento y tuvo que saltar por las ventanas quebrándose las piernas, después durante 1987, fallece su padre, asesinan a su suegra y su hijo Héctor Jr. muere en un accidente. Un año después no resiste más y se lanza desde el noveno piso de un hotel. Pero la vida le juega chueco nuevamente, porque sobrevive. Finalmente, es por esos mismos años que contrae el VIH al manipular una jeringa infectada al consumir heroína.

24 años desde su muerte, una nueva traición sacude su memoria, “El Cantante, la película”, dirigida por León Ichazo, producida por Jennifer López y protagonizada por ella misma junto a su marido Marc Anthony en el papel de Lavoe. Basada en una larga entrevista realizada a la segunda esposa de Lavoe, Nilda Puchi Román, la cinta se transforma rápidamente en un relato de los excesos y las irresponsabilidades de un hombre reducido a su mito desbocado y por contraparte, en la figura fuerte y sufrida de quien fuera su esposa por 24 años. El gran Willie Colón, el más cercano e importante compinche musical de Lavoe lamenta la falta de respeto cometida en su nombre, como también lo hace otro grande, Ismael Miranda, quien incluso aparece en la película.

No es que el film refleje mentiras, ni que debiera intentar blanquear los desaciertos y errores del artista, tan sólo que en rigor no es una película sobre Lavoe, sino sobre Puchi, (débilmente personificada por Jennifer López). No había más que cambiarle el título y no colgarse una vez más de su figura.

Resulta insoportable a ratos, López se roba gran parte de los planos incluso en las escenas donde Lavoe debiera ser el gran protagonista, como en los conciertos, donde una y otra vez la cámara muestra sin ninguna relevancia imágenes de la actriz bailando de lo más coqueta y sobreactuada a un costado del escenario.

López, hábilmente, deja de lado los días finales de Puchi, cuando la soledad y la pobreza. En el 2002 se quedó encerrada en su departamento y al intentar escapar se fue pisos abajo por la escalera de servicio hasta encontrar la muerte. Puchi es la gran protagonista de una historia donde una y otra vez contiene y trata de enderezar los constantes errores de un drogadicto incorregible y totalmente irresponsable, porque ese es el pago al hombre que puso sin saberlo su nombre y leyenda al servicio de un negocio cinematográfico.

Sin embargo, creo que si Hectito Lavoe (que así también le decían) pudiera ver esta cinta, seguro no pensaría como yo. Seguro consentiría este nuevo arrebato de vanidad y egolatría practicado, en el papel, en su memoria. De seguro los miraría de lejos sonriendo como les sonrió a todo el mundo, porque de eso estaba hecha su música y su vida entera, de felicidad y perdones, a pesar de tantos y tantos infortunios y deslealtades. Gente que viene al mundo para dar y muy poco para recibir.
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