Cuando vuelve al mundo desde alguno de sus cuadros, por esos escasísimos momentos, el pintor Tatâ Silva aprovecha para dejarse caer con inesperadas llamadas telefónicas que presentan dos inequívocas características: lo variopinto e inclasificable de algunos de sus temas y la completa e inquietante irreverencia horaria con la que se presentan.


Como se sabe que el pintor Tatâ Silva se rige no por la hora reloj ni por el dia y la noche del común de los mortales si no que por el tiempo específico que se abre dentro del cuadro que se encuentre habitando en ese momento, lo que puede ocurrir entonces es recibir llamados prácticamente a cualquier hora del día o de la noche por canciones o músicos escuchados en alguna perdida reunión de varios años antes; o bien para responder a interpelaciones derechamente psicoanalíticas tras la sugerencia de opiniones frente al diseño de determinada letra incluida en la gráfica de alguna tienda del retail.

En este caso el asunto era bastante más mundano ya que tenía que ver con mi cumpleaños, un regalo, y la necesidad de coincidir viajes para juntarnos pronto, lo que por supuesto quiere decir en Calle del Agua, donde lo de nuestra querida Mary, en la ciudad de Viña del Mar.

Como me encuentro por algunas semanas en Valparaíso realizando fotografía para el Forum de las Culturas todo fue mucho más fácil de lo esperado y era que en menos de 5 días me encuentro ya en el living de Mary abriendo al mismo tiempo una botella de Merlot y un paquete color café (eliminar aquí por favor cualquier odiosa referencia al ególatra de Claudio Bravo) para extraer desde su interior un cuadro con la imagen presentada al inicio de este post.

Una de las nuevas y fantásticas obras de Tatâ Silva lleva su personalísima visión del rescate de los 33 mineros desde la tristemente célebre Mina San José en Atacama. Una obra en apariencia sencilla y pequeña pero que carga encima con un intrincado simbolismo y algunas de las habituales referencias a su mundo pictórico: la profundidad y el relieve, la yuxtaposición de dimensiones, las arbitrarias y fugaces luces que atraviesan la escena, mucha textura y un elemento a estas alturas central en algunas de sus obras y que en este caso marca la pauta desde comenzar a leer todo el cuadro: las sillas.

Considero que pocas cosas hay peores que la crítica estética, una de ellas es enfrentarse a un ser humano intentando explicar una pintura sin que nadie se lo haya pedido, así es que sólo me remitiré a señalar lo único que el propio Tatä Silva se permitió comentarme ya que no fueron pocos los que preguntaron esa noche por ese enigmático 34 inscrito en el respaldo; el resto se los dejo a ustedes: “El 34, es en realidad el minero 34, el minero desconocido, el que somos todos nosotros”

La pintura en rigor tiene cuatro títulos tentativos como puede apreciarse en la imagen de más abajo y que retrata el reverso del cuadro: “Chilean Way”, “34 en el corazón”, “N° 34 espera” (que me parece el más adecuado) y “No rescate solo regalías”( que me parece el más desconcertante)

Forma parte de un conjunto de trabajos realizados sobre acrílico en un formato de 29,5 x 33,4 cms. bajo el nombre de “Serie engañitos, No for sale” y que el pintor elaboró exclusivamente para regalos, así es que con un poco de suerte y conducta a usted también le puede caer uno.

Y apropósito de esto último, la pintura (más bien el regalo) originó una serie de insidiosos comentarios y quejas por parte de otros amigos del pintor quienes en un arranque de celos incontrolable (e inentendible) no soportaron este “desaire” que significaba regalar uno de sus preciados cuadros a un personaje conocido apenas hace 9 o 10 años, contrario a los 10 u 11 que llevaban ellos. Pero este episodio de ribetes tan irrelevantes (contado por el propio Tatä Silva en otro de sus ya famosos llamados) no puede ser materia de este blog ya que no le hace a los cahuines de la farándula intelectual, la cual por su contenido, es 500 veces muchísima más aburrida e inútil que la propia farándula a secas.
Licencia Creative Commons