Todo se pierde en su topografía, o a partir de ella. Para empezar, nunca fue fundado, Valparaíso. Se nace o se llega así a un lugar agitado por la diversidad, a veces sobrecargado por ella. Es el comercio de la cultura y todos andan vendiendo algo. Mucho cuidado. Ojo con los escritores de baño, con los pintores de brocha, con los actores a tiempo completo, esos que saludan con una contorsión. Vaya con calma en todo lo que se le ponga por delante, no cometa el error de mechón liberado en primeros de universidad. Si es joven piense en sus padres y si es viejo en sus hijos o nietos en una ciudad hecha para perderse. Porque ciertamente Valparaíso debe ser la ciudad más entretenida de Chile. No la mejor, ni la más segura, próspera o moderna. Pero lejos la más entretenida y delirante. Donde de lunes a domingo se puede carretear sin ningún problema, meterse a algún bar, a alguna sala de teatro, escuchar un concierto, ver una película o simplemente acercarse a plaza Anibal Pinto, que es como un living gigante y todo el mundo lo atraviesa, todos se encuentran ahí. La juventud que puebla Valparaíso habla por él a veces, en su furibunda y soberbia lengua. También hablan por él los niños, los viejos y las palomas que alimentan. El mar, el viento y los perros vagos perseguidos cada 21 de mayo. La insoportable vanidad del arte, la belleza del arte, el horror, el desempleo y la delincuencia. Sus incontables grupos de música, teatro y danza, decenas de revistas, 4 o 5 universidades, el Wanderers, la Placeres, los cerros, sus ascensores y millones de peldaños para ir y venir hacia cualquier lado. Todo estrellándose en un centro pequeño, en una ciudad encaramada en sí misma, como sosteniéndose, siempre digna y con la cara al viento que no alcanza - como quisiera el Gitano Rodríguez en su canto - para limpiarle la miseria, el abandono, la inquietud, “ese amor frío y violento que se practica en los puertos ( lihn)”
Licencia Creative Commons