A la hora de las noticias, entre goles y asaltos, algo dicen que se dijo del muerto, pero fue como si nada finalmente se dijera. En el pueblo en cambio hubo silencio, y ese silencio sí que habló del y por el poeta, de aquel hombre que caminaba despacio por los andenes y los crepúsculos con una mano en el bolsillo, que rompió una y otra vez boletos de avión que lo acercarían a premios, seminarios, entrevistas y fama, porque lo alejarían ineludiblemente de la tierra. Y en el pueblo todavía se recuerda, porque no ha habido silencio más profundo que el de una copa vacía aquella tarde en El Parrón.


Se lo llevaron finalmente, ángeles y gorriones, las nubes que trajeron las primeras lluvias del otoño de 1996. Desde distintas épocas, Li Po, Trakl y Cárdenas lo reclamaron, le armaron una fiesta a la orilla de un rio, doblando por una camino que ya nadie recorría. Ahí estaban las niñas a las que nadie sacaba a bailar y junto con ellas las horas y los codos gastados maravillosamente en los mesones, el vino siempre fecundo que abrió su vida y su tumba por partes iguales. No acudió la academia, no había dónde colgar los trajes de ceremonia; no estuvo la vanguardia, no había dónde colgar los tratados de estética; no acudieron tampoco los relojes, porque no había hora exacta para esa cita, la invitación decía expresamente: cuando la tarde parezca seguir hacia el sur el camino de unos pocos pájaros perdidos y por los sauces y las migas de pan continúe hablando la memoria de una plaza de pueblo. Faltó el boletero de las estaciones, increíblemente a destiempo, faltaron Parra, Uribe, Rojas y Hernández, todavía indignos de la muerte, pero estuvo la muchacha aquella del sexo sin preguntas ni respuestas y también Esenin, Pavese, Verlaine, Rilke y Henrich Heine; Lihn a un costado observándolo todo, con la distancia y la admiración de quien observa el verdadero fuego, también algunas sombras, gestos, y hojas amarillas y blancas a la expectativa. 

A Jorge Teillier, en el 79 aniversario de su nacimiento.
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