Juega la ansiedad a ratos sus mejores cartas y se las tira a uno en la cara como el mejor y el más ostentoso de los jugadores de Póker. El inconsciente, ese viejo memorión y caprichoso, será en este caso su mejor mano, los sueños, al inicio de un viaje,

Desde pequeño que los viajes estuvieron, me recuerdo una infancia plagada de movimientos, cuestión que una vez dejado el hogar, a los 17 años, se hizo parte definitiva de mi vida. Trechos cortos o largos, a pie en tren en auto o en avión (me falta sólo experimentar un largo viaje en barco y otro más largo aún en un transbordador espacial), el desplazamiento hacia otros territorios es algo que me seduce y entusiasma, tanto que soy capaz de realizar un viaje aéreo a pesar del miedo que me produce estar encapsulado a más de 30 mil pies de altura.

Sin embargo, siempre me he sentido un poco nervioso antes de iniciar un viaje, se lo comento a Álvaro mientras me acompaña al Terminal. Una sensación que nada tiene que ver con un designio fatalista, nunca he pensado que algo malo pueda ocurrir, por el contrario voy cómodo y alegre con la expectación y el asombro como bandera. Cada viaje será siempre diferente, y para mí la aventura ya ha comenzado una vez que he cerrado la puerta de mi casa. De ahí en adelante todo es gratuito e igualmente hermoso, pero me pongo nervioso.

Lo mío va más bien con una paradoja, el deseo de no dejar lo que se deja y por el contrario y, la urgencia de querer estar ya al lado del camino para abrazar a ese familiar, ese amigo o esa cultura que me espera. Tonteras emotivas de la complejidad humana que somos.

Claro, el viaje ya ha comenzado, el primer signo de ansiedad también y ocurre al bajarme del auto. He llegado manejando al Terminal y Álvaro debe volver con el auto. Hacemos el respectivo cambio de lugar, los abrazos de rigor, los buenos designios y me lanzo escaleras abajo con un tranco apresurado y constante. De pronto escucho mi nombre a gritos, cada vez más cerca esa voz, es Gaspar (el hijo de Álvaro), quien me ha seguido a la carrera porque he olvidado entregar las llaves del auto, detenida en plena y concurrida avenida.

En ese momento no pensé relacionar aquel incidente con la ansiedad, ahora sí, cuando recuerdo y cuento como siguieron las cosas después.

Arriba del bus las cosas como siempre: un poco de comida, de bebida, su lectura (que malos que siguen siendo los números especiales de The Clinic), y la infaltable y repetida mala película de siempre (porque insistirán en poner siempre películas malas en los buses? No digo comerciales, no digo de acción, no digo de Hollywood, no digo cine infantil…digo simplemente películas malas, pero en fin).

Yo estoy leyendo pero rápidamente la lectura ha cansado mis ojos, (a propósito) ya no soy el de antes, la película mala continúa y aquello no mejora, es tiempo de probar mejor con morfeo. Cierro los ojos. Sueño.

De pronto despierto llegando a una estación de buses desconocida. En mis largos años viajando hacia el norte puedo reconocer perfectamente cada una de las habituales paradas de los buses. Esto no entraba en mis archivos por ningún lado.

Mi compañero de asiento, un tipo regordete con cara de nerd (cuento esto por la forma como egoístamente participó en el sueño) no me da muchas luces al respecto y por el contrario parecía gozar con mi desencaje. “Estamos en Calama”, me dice. “No puede ser” le digo, “mi viaje era hasta Antofagasta y no es posible que lo haya pasado sin darme cuenta, acaso ahora primero paran en esta ciudad y luego se devuelven?” le pregunto sabiendo que es práctica y racionalmente imposible que el itinerario carretera operara de esa forma.

“Estamos en Calama”, es toda la respuesta que recibo ante tanta pregunta y cara de perplejidad. El tipo pesca su bolso de mano y desciende del bus. Me quedo solo, ni modo, hay que bajar.

Es de noche aún, podía calcular que eran alrededor de las 4 am. No debería terminar a esa hora mi viaje, sea Calama o sea Antofagasta no debería estar en ninguna de esas dos ciudades a esa hora. Pero, se sabe, el tiempo reloj en un sueño se hace trizas.

Se parecía bastante a la estación de buses de Calera, también un poco a la de Copiapó (en realidad todas las estaciones de buses me recuerdan un poco a la de Copiapó desde aquella vez que tuve que dormir 5 noches arriba de un bus en el Terminal, qué gran historia aquella no olvidar recordarla, y contarla). Pero bueno, se parecía un poco este lugar y yo tratando de dar con algún signo familiar sobre cualquier cosa. Había estado antes en Calama, y aquello no se parecía en nada.

De pronto observo a dos señoras que vienen caminando juntas, agarraditas de los brazos y cuchicheando, sus movimientos eran rápidos y cortos. Se detuvieron cerca de mí, casi como preparadas para iniciar un diálogo conmigo, como en una escena teatral, son los sueños un espacio de lo más teatral, donde todo ocurre con una exactitud y una coordinación que dejaría loco al mismo Bergman.

Es lo que tengo más a mano, me acerco, “Dónde estamos?” , les pregunto. “En Chusmira”, me responden con risas como de quinceañeras haciendo algo incorrecto. “Ahhh” contesto porque en realidad no sabía dónde mierda estaba Chusmira y era por lo demás la primera vez que escuchaba ese nombre. “Pero en qué región estoy”, insisto. “En la Provincia de Dolmen, esta es la comuna de Paniubre”.”Paniubre”, me repito,  Ninguno de los nombres me figuraba ni por rebote.

“La Higuera es más chiquito” fue lo último que les escuché decir y eso fue entre ellas. Sin decirme más, la pareja se alejó,  siempre riendo como adolescentes, agarraditas y con un paso corto apresurado. Me he quedado sólo y la ansiedad juega una nueva carta: no encuentro mi maleta ni mis bolsos. Cresta ! Recordaba perfectamente haber descendido del bus con dos mochilas pequeñas en los brazos y que por alguna razón (cosa que nunca hago cuando viajo con ellas) las había dejado en el suelo. Ya no estaban. Para más remate busco el bus, tampoco estaba y por ende, tampoco ahora iba a estar mi maleta. Cresta al cuadrado !

Estoy solo. Las señoras se han ido. En realidad estaba llena la estación de gente pero nadie parece reparar en nada, no hay soledad a veces más grande e infranqueable que la soledad del sueño.

Ya me estaba recordando esto a una historia de Onetti o una película de Oliver Stone si decidía quedarme. Era evidente que yo no quería quedarme si no avanzar y el inconsciente (menos mal ?) seguía encargándose de aquello.

En los sueños nadie sabe a veces como se llega y se deja un lugar. Es como esos malos cortes que tenían algunas películas en las antigua proyecciones fílmicas. De pronto estaba nuevamente arriba de un bus y otra vez despertando. Es ahora de día, a mi lado tengo un nuevo acompañante.

Entonces la ansiedad y otra nueva carta. No sé por qué razón busco mi cámara fotográfica en la mochila y la encuentro humedecida, cresta al cubo! a última hora antes de subir al bus he cambiado de lugar un pequeña botella de perfume y se ha derramado sobre mi equipo. “No es tanto” pienso y comienzo a secarla, en realidad no era mucho, ya casi terminaba cuando de pronto por la ventana observo un paisaje alucinante, mezclando árboles de distintos colores y formas y al fondo de todos ellos aparecía la cordillera de los andes nevada, un paisaje alucinante y que por supuesto ni siquiera era geografía norteña, pero en el país de los sueños qué importaba cómo era aquello posible, se sorprende y queja uno sólo de lo malo, tomo la cámara y encuadro, al enfocar tengo problemas, veo todo medio borroso, ahh distraídamente tengo activado el autofoco y aquello es como el agua y el aceite cuando se quiere fotografiar a través de un vidrio. Lo quito pero nada, es más, observo bien por el visor y comienzo a notar que con el desenfoque aparecen también unas gotitas, no podía estar ocurriendo.

Retiro el lente de la cámara y de pronto estaba todo humedecido por dentro, el lente, el sensor, todo haciendo agua, y además lleno de pelusas, es como si fuera mi cámara un espacio abandonado y salido como de una de Tarkovsky. Cresta hasta el infinito !

Comienzo a limpiar y a secar todo más urgido que la mierda. Cuando voy de viaje a un lugar no traigo casi souvenirs, traigo fotos; no podía estar pasando esto, al tiempo que era rápido y cuidadoso, intentaba resolver aquel grave problema, de pronto mi vecino de asiento me dirige la palabra con una tremenda sonrisa burlona en los labios, “se te mojó la cámara?”.

No recuerdo si le respondí o le tiré un garabato, creo que seguí limpiando y de pronto al mirar por la ventana comienzo a observar, ahora sí, un paisaje familiar, pero no podía ser cierto, aquello se parecía mucho a Arica, mi lugar final de destino, pero recién en dos días más, una vez que llegara por la mañana y pasara un día entero patiperreando por Antofagasta hasta embarcarme en la noche con rumbo a la ciudad de la eterna primavera.

Justo pasa el auxiliar al lado y le consulto dónde estamos, “en Arica” me lanza, de lo más relajado, “pero cómo”, pensaba yo, Arica queda a 800 kilómetros más lejos que Antofagasta, cómo es posible que hayamos pasado primero por acá. Seguramente porque era un sueño (aunque yo no lo sabía) no me importó y menos aún que hayamos entrado a la ciudad por el norte, como si viniéramos de Perú, ya estaba reconociendo algunas calles cercanas a la casa de mis padres, estoy sumamente ansioso y le pregunto si me puedo bajar antes de llegar al Tterminal, “por supuesto”, me lanza como el auxiliar más bueno y generoso del mundo.

A todo esto no sé qué pasó finalmente con la cámara, sólo que pasé por encima de mi cruel acompañante y me veo de pronto con todos mis bolsos (si, por supuesto todas mis mochilas perdidas en la estación anterior), en plena Avenida Panamericana, al frente de la Villa Pedro Lagos, y muy cerca de los Empart 5, los edificios donde viví toda mi vida hasta los 17 años. Los que pueden y tienen aún el vínculo con eso, con el hogar, la familia o la tierra de la infancia, saben que funciona casi como el más noble de los refugios. Estaba lleno de bolsos y cargaba encima con todo el desconcierto del mundo, pero estaba ahora seguro. No podía ser mejor…

Salvo un pequeño y gran detalle, era aquello el mismo sueño, lo supe inmediata y tristemente apenas desperté de todo aquello (ahora sí despertaba) en la estación de Chañaral (reconozco todas las estaciones) a eso de las 3:30 de la madrugada. Ni siquiera estaba cerca de Antofagasta, tenía calor, estaba transpirado, seco, mi acompañante dormía y eso al menos indicaba que no iban a haber esta vez miradas, risas ni palabras burlonas. Algo es algo.

Pasé de la alegría a la desilusión en un segundo, así como antes de la angustia a la alegría, así como lo haré una y mil veces más, en la vigilia o en el sueño, no me importa, que la ansiedad tire todas las cartas que quiera, acepto desde siempre el reto porque acepto el viaje la aventura y los nervios, pero que no se olvide que yo también tengo mi mano, que llevo años también en esto,  que el juego no termina, y este viaje recién ha comenzado.
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