Un difícil paso que en más de 100 años de cinematografía ha dado joyas inolvidables pero también prescindibles esfuerzos, y no pocas veces con mucho derroche de por medio. Y es que a la hora de filmar una obra cumbre de las letras generalmente se tira toda la carne a la parrilla y claro, se pueden ganar muchas lucas o muchos bochornos, está claro, no es para nada fácil la cosa, de la literatura al cine. Pero si usted es de los que no gustan de perder el tiempo y quiere la fija, tome nota:


El Proceso (Orson Welles, 1962)
La manera cómo Welles logró darle imagen a cada uno de los aspectos más esenciales del libro es una clase para aprender a ir de la literatura al cine. La ambigüedad, la burocracia, la angustia, la paranoia, la pesadilla, el absurdo judicial sobre el hombre y cuanto concepto se hallara en el relato está acá impecablemente filmado en un cuidadísimo blanco y negro, con escenografías e iluminación inolvidables, música de Albinioni y un gran trabajo actoral, en esto Welles ya se sabe, también era un maestro. La mejor novela de Kaflka dio origen a la mejor película de Orson Welles, que nos perdone El Ciudadano Kane; pero si ésta mostró las posibilidades del genio creativo de un joven director, El proceso marcó su madurez definitiva y la condensación ética y estética de una buena parte de todas sus obsesiones y de su universo creativo.


Macbeth (Roman Polanski, 1971)
Ya se sabe, Shakespeare es un regalón a la hora de filmar su literatura; más de 50 veces sus textos han servido para buena y malas películas. Por ejemplo éste al que ya Orson Welles y Akira Kurosawa, entre otros, le habían entrado magistralmente antes cuando en 1971, Román Polanski se despachó esta poderosa versión sobre la historia del más perturbado heredero a príncipe de Escocia. La fotografía de Gil Taylor es sin duda la mitad del film, pero por algo detrás de todo estaba el genio de Polanski, un maestro del suspenso y la tensión. El clásico arquetipo Shakespeareano en su versión más alucinante y también increíblemente en la más gore, acaso la más dura terapia para Polanski apenas dos años después del macabro asesinato de su esposa a manos de la secta de Charles Manson.  

La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971)
El mismo año del Macbeth de Polanski, otro hecho de violencia sacudía los carteles de Inglaterra, el estreno de La Naranja Mecánica, con crímenes y delitos achacados a esta obra maldita y censurada hasta el día de hoy en algunos países de oriente y que tuvo críticas feroces del propio Anthony Burguess. Convertida actualmente en un ícono pop, la película acabó siendo más famosa que el libro y Stanley Kubrick nuevamente dando cátedra sobre como revolucionar técnicamente las formas del cine. Una de las cintas más estudiadas y majaderamente analizadas al tomar un notable relato pesimista y desquiciado sobre una sociedad y un futuro que quizás ya está entre nosotros. Y eso que dicen que Kubrick había solicitado a Pink Floyd utilizar el disco “Atom Heart Mother” como banda sonora, quienes le dieron tremendo filo. Qué tal!.  

El Tiempo recobrado (Raul Ruiz, 1999)
Una de las más monumentales obras de la literatura moderna sirvió para que los franceses terminaran de adorar a Raul Ruiz. La maciza obra de Marcel Proust, su complejidad narrativa, y el gusto por el detalle fueron seguramente la delicia para un loco como Ruiz, trabajando una cinta francesa por el revés y derecho. Escenografía, vestuario, música, grandes diálogos y mejores silencios, una verdadera contribución a la historia fílmica y social de un país en las manos del más adelantado de los cineastas nacionales. Bellísima.


Bonus Track

Blow up (Michelangelo Anstonioni, 1966)
Aún cuando ésta no es la adaptación de una novela, merece tenerse presente la versión libre y compleja de unos hechos ocurridos en un gran cuento de Julio Cortázar publicado en 1959: “Voy a necesitar de otra película para explicar Blow Up” advertía Antonioni al momento de su estreno. No obstante, “Las babas del diablo” sirvió de base para una obra mayor de los sesenta, llena de colores, excesos, psicodelia, erotismo del más fino y mucho swinging londinense y música compuesta especialmente por Herbie Hancock para la ocasión. Blow Up le dio en su momento todo el resto de reconocimiento y prestigio que le faltaba a la carrera de un tipo fundamental para entender los caminos que el cine italiano siguió tras el impacto del neorrealismo.
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