A la memoria de Yuri Mondaca Seguel (1971 - 2010)  

Hace tres años, mi amigo Claudio (quien nunca llama en la mañana) me despertó muy temprano con un baldazo de agua fría anunciando la sorpresiva muerte de Edwin.  Ahora fue Richard el de las malas noticias.  Él nunca llama de noche y ayer lo hizo.

Estaba yo doblado de la risa en plena función del mimo Tuga cuando me avisa que Yuri había muerto. Durante un rato miré sin ver y ya no escuché las risotadas alrededor.

Ni siquiera me había enterado de la brutal enfermedad que se lo devoró en poco menos de un mes. A diferencia de Edwin, nunca fui amigo cercano de Yuri y en la práctica ni siquiera llegamos a serlo, para eso harían falta más tiempo y circunstancias de las que compartimos.

Nuestra relación se construyó en base a pequeños y furtivos encuentros en su oficina o la de Richard, en alguna cancha de fútbol o caminata hasta el centro luego del trabajo.  Por lo tanto su muerte me duele en la medida que pierdo a un amigo que no alcancé a tener, pero  sobre todo porque es el mundo el que pierde a un gran gran tipo.

Me gustaba desviar el camino a su oficina cada vez que me dejaba caer en lo de Richard. Era bueno ir a encontrarlo e intercambiar el abrazo y algunas pocas palabras: ahí estaba Yuri siempre con un cigarro prendido en el cenicero y su buena disposición, listo para contarme de algún nuevo logro de su querido club Estrella Roja.

Me gustaba lo que podía intuir por sus relatos y que después tuve oprtunidad de ir comprobando: su apego por la familia, su lealtad, la pasión por las cosas que hacía, la integridad de un hombre comprometido con las luchas sociales, la vitalidad de un deportista infatigable.

Cuando al llegar notaba su ausencia, de inmediato, casi por inercia, le lanzaba a Richard la pregunta: “¿y el Yuri?”. Y el Yuri siempre estaba por ahí, cerca, en el pasillo o en la otra oficina. "Aquí estamos compadre Arica" me decía y yo entraba y repetíamos el corto pero sincero ritual de los abrazos y las noticias. Ahora que su ausencia será un poco más larga habrá que aprender a convivir con eso y ensayar otras preguntas, al menos en esta vida.

Y es que quizás lo único seguro  en este instante es que esa mientras más larga se haga esa ausencia, más eterna sin duda será su presencia, como un consuelo verdadero e inútil como todos,  pero consuelo al fin, que acaso nos sirva para irle tomando el pulso a esta mierda que me toma ahora por completo porque no puedo entender exactamente ni la vida ni la muerte. 

Soy capaz de pensar en muy pocas cosas en estos momentos, quizás apenas balbucear estas palabras como una absurda defensa frente a la muerte y por su memoria, aunque siento que el dolor gana por lejos la batalla ahora que golpea muy duro y a gusto como al peor boxeador en la derrota. Ya vendrá la calma y el momento de subir los puños nuevamente.

Sin duda nos faltó más tiempo y sobre todo circunstancias para conocernos más a fondo, quizás que yo le prestara algunos de mis libros tal como el lo hizo conmigo cuando apenas me conocía, haber anotado más goles espectaculares en conjunto, o quizás haber desviado la caminata hacia un bar en vez de la parada de colectivos.

Pero ya existirá ese momento, porque con gente así uno se vuelve a encontrar inexorablemente por cualquiera de los mundos que habitamos. Sólo es cuestión de tiempo aunque por ahora todo sea tristeza y no exista todavía siquiera un gramo de resignación.

Llueve hoy también sorpresivamente en Valparaíso y las gotas van marcando en mi ventana las nostalgias de una breve historia en común, compuesta de poquísimas pero relevantes cosas, del recuerdo de un gran hombre, y sobre todo de una pregunta que ya no tendrá respuesta hasta después: ¿Y el Yuri, Richard?.

Valparaíso, 7 de noviembre de 2010.

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